Y tú,
que sabes muy bien cómo encantar el silencio,
que privatizas los domingos.
Tú que también eres maestro de la sospecha,
que palpas el tejido de las mañanas
y lloras a escondidas.
Tú que sabes que cada tarde me deshago
y que al llegar a casa soy retórica victimista
insoportable.
Tú, me has robado el perfume.