viernes, 25 de noviembre de 2011

De la gente que entra en gente

Y no es verdad que uno camina con los ojos abiertos,
pues nadie puede guardar el aullido de una estrella
sin incendiarse las manos.
Ningún navegante del espacio puede alcanzar
la ternura del rocío matinal en otro paisaje extranjero,
aún no.
Pero si un bostezo pudo hacer caminar a los peces
y darle voz a sus gargantas,
dime dónde esconden la belleza los acuarios,
las redadas que hacen sonreír a todos aquellos
que tienen el estomago aburrido.
Parece que hubo un tiempo en el que los simios
entraban en otros simios,
aprendieron a contar los cinco dedos de sus manos
fabricaron armas para colorear cada trozo de tierra
y ahora,
configuran el mundo desde su casa, sobre una silla.
Mientras otros piensan en la falta de ese bostezo,
en el instante en que se desinflan la carnes y las palabras
y sólo quedan huesos, escombros de letras.
Hoy te recuerdo sin poder evitar que lluevan otra vez
dracónidas en mi pecho y desaten las tormentas
de tu ausencia, de tu nombre que ahora es en pretérito.
Y me duele, me deshace y me vuelve a rehacer empapada
sobre un jardín de cemento e infinitas flores muertas,
pues alguien decapitó a las abejas que inventaron
nuestro mundo.
Y aunque hoy tenga la suerte de seguir caminando
con los ojos cerrados y con las manos quemadas,
hubo un tiempo en el que tu aroma entró en mi pecho,
fuimos esa gente que entra en otra gente y por ello
hoy, sigo bostezando. 

Desaparecida

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